El abrazo de los genios: Cuando Lorca y Dalí se reconciliaron en Tarragona
Por Jordi Torres, Tarragona, 5 de septiembre de 2025
Hay encuentros que transforman vidas y otros que, aunque efímeros, resuenan en la historia como un eco de promesas rotas. El reencuentro entre el poeta Federico García Lorca y el pintor Salvador Dalí en Tarragona en 1935 pertenece a esta segunda categoría. No fue un encuentro planeado, sino un cruce de caminos inesperado que marcó un punto de inflexión en una amistad que parecía perdida. Durante unos días, ambos redescubrieron su mutuo afecto y admiración artística, tejiendo un momento de belleza y melancolía que el tiempo ha elevado a leyenda.
Olvídate de la imagen de dos genios enfrentados por rivalidades ideológicas o envidias intelectuales. En 1935, durante las fiestas de Santa Tecla, Lorca y Dalí regresaron a ser los jóvenes amigos de la Residencia de Estudiantes. Juntos exploraron las calles romanas de Tarragona, alejados de los focos de Madrid y las críticas de la vanguardia, dejando que la ciudad los reconciliara.
Una tregua en el Paseo Arqueológico
El reencuentro, al que se unieron la enigmática Gala y el poeta británico Edward James, fue una pausa en la tormenta que se gestaba en la España de los años 30. Mientras el país se dividía, ellos hallaron refugio en el Passeig Arqueològic, un lugar sagrado para sus almas inquietas. Lorca, fascinado por el misticismo y la historia, se maravilló ante la «Roma pura» de las ruinas y la necrópolis. Para él, Tarragona era más que una ciudad: un puente entre pasado y presente, un escenario ideal para sanar viejas heridas.
Quizás en aquellos paseos, mientras debatían sobre arte y vida, ambos soñaron con dejar atrás el distanciamiento de ocho años. Dalí había tildado la poesía de Lorca de tradicionalista, y este, herido, se había alejado. Sin embargo, en Tarragona, lejos de las presiones intelectuales, la amistad renació con la serenidad que la ciudad les ofreció.
El eco de un futuro truncado
Lo más conmovedor de este episodio no es lo que ocurrió, sino lo que nunca llegó a ser. Tras el encuentro, ambos se entusiasmaron con la idea de colaborar en una ópera y emprender un viaje a Italia. Querían fusionar la pluma del poeta con el lienzo del pintor, retomando una amistad que el tiempo había puesto a prueba. Pero el destino intervino con crueldad.
El estallido de la Guerra Civil de 1936 lo cambió todo. Federico García Lorca fue asesinado, y Salvador Dalí huyó al exilio, sin regresar jamás. Los paseos por el anfiteatro y las noches llenas de grallas y gigantes en el Café La Unió se convirtieron en un recuerdo fugaz, el último capítulo de una de las amistades más influyentes del siglo XX.
Tarragona, sin saberlo, acogió el canto de cisne de esta relación artística. Hoy, al caminar por sus calles, podemos imaginar a Lorca y Dalí riendo y soñando con un futuro que la historia les arrebató. Esta ciudad se erige como testigo silencioso de un momento hermoso y trágico, un legado que perdura en cada rincón.
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